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Muy Personalmente
Una columna de Aldo Salvador
No es para nada nuevo decir que, por muchos años el melodrama mexicano se ha encargado de dotar sus narrativas con etiquetas clasificatorias en cuanto a los roles de género, encargándose así de propagar ideas erróneas de como “debe ser una mujer” y como “debe ser un hombre”, contribuyendo a la apología de patrones machistas con los que aún se sigue arrastrando en nuestra sociedad. Con Mirada de Mujer, ocurre algo distinto e importante de abordar en cuanto a lo anterior, pues si hay entre muchas cosas algo loable de mencionar, es la deconstrucción que existe en los personajes, lo cual rompe en gran medida con lo visto antes en una telenovela y que resulta aún más curioso cuando descubrimos que una historia con un lenguaje y enfoque femenino salió de la mente de un hombre, sí, el mismísimo Bernardo Romero (q.e.p.d), quien dejó en su impecable repertorio literario grandes historias para la televisión colombiana (La Potra Zaina, Señora Isabel, Las Juanas, etc.), teniendo sus respectivas adaptaciones en nuestro país y de las que sale a relucir sin duda alguna esta joya.
Haber crecido rodeado de mujeres y su estrecha relación con ellas fue la punta de lanza para que su escritor le diera vuelo a su pluma en la creación de esta obra, que nos viene a mostrar que un hombre también puede escribir buenas e inteligentes historias femeninas, opino muy personalmente, dejando de lado el cuento de “tener que ser rescatadas por un príncipe”.
Si partimos del físico de su protagonista, María Inés (Angélica Aragón), se aleja con notoriedad de las habituales, pues es el perfecto retrato de una mujer de mediana edad, sin una silueta perfecta y un par de arrugas que enmarcan el brillo de unos ojos “garzos”, como los denomina así la propia actriz que le da vida, pero que además realzan con naturalidad la belleza mexicana en sus años otoñales.
Además de las características exteriores del personaje, María Inés, también se convierte en un espejo maternal con el que muchas féminas de la audiencia pudieron reflejarse, como el hecho de ser una mujer que no solo tiene por trabajo las labores domésticas, sino que además se encarga de resolver la vida de todxs, volviéndose así no solo madre de sus hijxs, sino de su propio marido, obteniendo como recompensa el reproche de que estxs van por caminos desviados por el simple hecho de no cumplir sus expectativas; lo que invita también a reflexionar sobre el papel de los “hombres de familia” que se limitan únicamente a trabajar dejando las riendas del hogar a sus esposas, liberándose así de toda culpa que pudiesen adquirir por su ausencia.
Por si fuera poco, igualmente se aúnan los reproches por el cambio físico del pasar de los años, como se deja ver en una de sus escenas más icónicas de la telenovela, cuando Ignacio (Fernando Luján), esposo de María Inés, durante una cena con amigos hace hincapié en lo que esta fue en sus años de primavera, cuando «tenía un cuerpo bellísimo, una cintura que casi podía rodear con sus manos, unas piernas firmes hasta los tobillos, unas caderas redondas […], unos senos como estatua de bronce y un vientre duro como el mármol»,a lo que María Inés sale en su defensa diciendo: «Tenía, era, ¿se puede saber en qué momento me mataste Ignacio?» Dejando la sumisión de ser cosificada por el hombre que amó más de la mitad de su vida. Continuará…